2009/12/14

En las montañas del PKK

EL Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) fue fundado en 1978 por el estudiante de Ciencias Políticas Abdullah Ocalan, quien proclamó –para escándalo de muchos– que “en Turquía no hay una sola nación, sino que también existe la kurda”. En aquel entonces, el PKK tenía como fin la creación de un Estado independiente en el cual los derechos del pueblo kurdo fuesen respetados.

Para conseguirlo, Ocalan planteó a Turquía la posibilidad de un referéndum de autodeterminación, contando con el apoyo y simpatía de varios grupos de izquierda, ya que en aquel entonces su orientación se repartía entre el maoísmo y el marxismo-leninismo. Pero una mortal infiltración de la inteligencia militar, la negativa turca al referéndum y, sobre todo, el bloqueo que supuso la ilegalización política del partido pusieron en bandeja el conflicto armado, que estalló, tras varios años de redadas y debates internos, el 15 de agosto de 1984.

NACIÓN SIN ESTADO

El Kurdistán es la nación sin Estado mas grande del mundo. Sus treinta y cinco millones de almas viven divididos entre Turquía, Siria, Irak e Irán, así como en los países que han tenido a bien darles refugio. Estos comprenden lugares tan dispares como Suecia, Australia o Grecia, y en ellos “la causa kurda” se ha hecho eco, cuando no hermana, de otras luchas y resistencias. Gracias a esa diáspora, el PKK se ha convertido en una poderosa organización política y armada, con muchas ramificaciones, frentes y, sobre todo, militantes, los cuales experimentaron cinco años de inactividad a partir de 1999, cuando los servicios de inteligencia de varios Estados arrestaron a su líder Abdullah Ocalan, quien es hoy el único preso de una isla-cárcel en el mar de Mármara (Turquía).

La Anatolia turca, o lo que sus lugareños definirían como Kurdistán norte, se sitúa al Este del país y hace frontera con Siria, Irak e Irán. Conseguir aquí un permiso oficial para acudir a sus montañas con el ánimo de documentar el conflicto es prácticamente imposible, por lo que se hace mucho mas fácil llegar a éstas a través del vecino Irak. La frontera, atestada de camiones en busca de gasolina barata, es el escenario de un tedioso proceso que nunca ha convencido a los kurdos, acostumbrados a saltársela (siempre que la carga o la salud lo permita) por los senderos de sus montañas.

Actualmente, el Kurdistán Sur, sumergido en la inestable República de Irak, está encumbrado por la OTAN y dirigido por dos líderes casi dinásticos: Barzani en su mitad Oeste y Talabani en su mitad Este. Como premio a su fidelidad servida antes, durante y después de la ocupación de Irak, los kurdos del Estado mesopotámico han conseguido pasar de la clandestinidad a liderar el Gobierno de Bagdad con el empresario y político Jalal Talabani como presidente de un Estado que hasta hace bien poco los exterminaba. Pero a los militantes del PKK que habitan en las montañas que dividen ambas realidades de poco les sirven los progresos acaecidos en el sur. “Son unos corruptos”, se apunta entre sus filas.

CAMPAMENTOS DEL PKK

Sin carreteras bien asfaltadas, ni vías de acceso que contribuyan a romper su estratégico aislamiento, las nieves del duro invierno y el sol del ardiente verano son los únicos elementos externos con verdadero poder para ocupar las montañas Kandil, histórico resguardo de las insurgencias kurdas.
Desde sus cumbres se observa la accidentada amplitud del Kurdistán, su país prohibido. Hacia el sur, se distingue Irak, el Kurdistán bueno, aquel que es bien visto por los europeos y norteamericanos, “con guerrillas democráticas defendiendo a un pueblo oprimido”, como las definieron George Bush y José María Aznar antes de su catastrófica invasión; y hacia el norte, Turquía, el Kurdistán malo, “con los terroristas del PKK asesinando sin motivo”, como acusaron esos mismos mandatarios que acudieron al Kurdistán Sur “para liberarlos de la represión”.

En la altitud de los campamentos del PKK todos los guerrilleros guardan una historia. A más edad que tengan éstos, más sangrante se revela el relato. “Pero eso no significa que los jóvenes ya no sufran la violencia”, afirma Eyub, un curtido combatiente con mas de diez años en las montañas. “Yo llegué de una aldea cercana a Hakkari. El Ejército turco entró disparando en medio de la noche. Buscaban sobre todo a los jóvenes”. Para él se trataba claramente de una operación de limpieza étnica financiada por Washington, que hizo de Turquía el mayor receptor de armamento made in USA de todos los años noventa.

“Ustedes nunca lo escucharon, pero sucedió”. En los años 80 y 90, Estambul estaba lleno de corresponsales y embajadores occidentales. Sin embargo, fueron muy pocos los que pusieron el grito en el cielo por la feroz violencia desatada contra los civiles kurdos. Hoy es el día que es fácil encontrar no familias, sino barrios enteros habitados por campesinos kurdos que abandonaron sus casas, rumbo a la ciudad, debido a la impune militarización del Este. “Los militares nos obligaron a decir que huimos por el PKK. Dejé mi casa llorando, pero tuve la fortuna de sobrevivir, no todos pueden decir lo mismo”.

Al otro lado de la frontera, en el Kurdistán Sur, Saddam Hussein llevó a cabo un proceso aún mas crudo, la operación Anfal, denunciada y repetida ad nauseam por todos los grandes Gobiernos y medios de comunicación. Sin embargo, las similares matanzas cometidas por el despótico amigo turco nunca gozaron de tanta publicidad; el octogenario Bush padre despachó el asunto con un “son problemas internos de la lucha contra el terrorismo”. Y así continúa hasta el día de hoy.

LA RUTINA GUERRILLERA

A las seis de la mañana todas las milicias están ya preparadas. Las baterías de la radio se reparten, como los mensajes y correos que han de ser entregados de un puesto a otro. Los tomates, las lentejas, el queso y el pan componen la dieta del guerrillero. “La comida no es de lujo, pero no está mal. Somos el granero de Oriente Medio”, explica Baksi mientras sorbe los restos de té derramados sobre un platillo. No sólo tienen tierra fértil, sino “agua en abundancia”, advierte el miliciano. “Un bien maldito en el conflictivo Oriente Medio”, en alusión a los altos del Golán ocupados por Israel, al Éufrates en la vecina Siria y el Tigris en sus propias montañas.

La vida guerrillera no tiene nada que ver con la reflejada por la industria cinematográfica. Los días transcurren en relativa calma y se combate uno de cada cien. Hay tiempo para la lectura y la amistad, la reflexión y el debate. “No lo hay para el amor, al menos no como pareja”. Ese tipo de relaciones están prohibidas en la montaña, “pues una no se hace del PKK para buscar novio”, sostiene Leyla. Preguntarles sobre las acusaciones de “terrorismo” les causa pena, indignación o, a veces, risa. “¿Me ves a mí como terrorista? ¿Estamos planeando matar niños?”. Y lamenta. “A lo suyo lo llaman guerra; a lo nuestro, terrorismo”.

De pronto, un vehículo todo terreno se acerca hacia el grupo de milicianos. “Es el camarada Kalkan, uno de nuestros fundadores. Serás afortunado por hablar con él”. Duran Kalkan es una figura prominente del PKK, que guarda la particularidad de ser turco y no kurdo. Pasó años encarcelado en Alemania y considera que “la causa kurda, como es justa, es de todos”. Sus subordinados le reciben con respeto pero sin alabanzas. Si bien el PKK abandonó el marxismo-leninismo por un socialismo científico, el trato de igualdad entre rafiqs (camaradas) se mantiene intacto, y no es exagerado afirmar que entre todos se percibe un gran afecto.

CONVERSACIÓN CON UN "HISTÓRICO"

Sentado bajo un árbol, deshojando flores y bebiendo limonadas, el decano Kalkan agradece el interés mostrado por su lucha. “Es importante que los europeos, la gente corriente me refiero, no os dejéis engañar. Ponen una televisión en kurdo o dicen que quieren abrir vías para la paz mientras siguen encarcelando a civiles y matando niños a culatazos”. Uno de los problemas para organizaciones acusadas de “terrorismo”, como es el caso del PKK, es el aislamiento y su consecuente incomunicación. En una consulta rápida a Internet, cualquier usuario encontrará 35.000 muertes asociadas directamente a la actividad del PKK, “como soslayando que una guerra es cosa de dos”. Para el viejo comandante, “cuando se trata de Turquía solo hay dos opciones: o luchar o rendirte. Es triste, pero es así”, dice, y recuerda que no dejarán las armas hasta que puedan ejercer su derecho a la autodeterminación, con la novedad de que ahora parece bastarles “con una buena autonomía”.

Por un momento parece escucharse un avión. “Es habitual, sobre todo de noche. Tecnología de EEUU en manos turcas” y prosigue: “En realidad, todo lo que ahora hace Turquía, como lo de evitar aplastar al nuevo partido pro kurdo de manera obvia, tiene como fondo los corredores energéticos que vienen del Cáucaso. Eso es lo que le interesa a la OTAN, que no les demos problemas con sus recursos”. Para Kalkan, eso está directamente ligado al proceso de apertura “que Turquía pretende vender mientras el nuevo partido kurdo, aún legal en Turquía, DTP (Partido de la Sociedad Democrática), ya lleva casi 500 afiliados apresados”. Y lo cierto es que abundan los periodistas arrestados, activistas pro derechos humanos encarcelados y, por supuesto, políticos sometidos a la más severa represión policial y judicial.

Pero no sólo la Policía y el Ejército turco, que es a opinión de muchos quien gobierna en Ankara, han cometido abusos. Al PKK no le ha temblado el pulso a la hora de llevar a cabo su desigual guerra irregular. Profesores pro turcos, políticos “del sistema” y, por supuesto, los paramilitares kurdos a sueldo de Ankara han sido víctimas, entre otros, de frecuentes ejecuciones sumarias. “Eso sí, yo le advierto de que de esas bombas que de vez en cuando nos achacan no somos culpables. Los turcos son artistas en la guerra sucia. Mire usted lo de Olof Palme o el Papa Juan Pablo II…”.

Ha pasado el tiempo y es hora de retirarse. Las visitas a los campamentos del PKK cada vez son más breves. “Por seguridad”. Duran Kalkan se despide no sin antes lanzar una reflexión, emocional como es la propaganda e implacable como la lógica de los hechos. “Antes de marcharte quiero que comprendas algo. No fue Turquía quien voluntariamente dijo tenéis derecho a leer y escribir en kurdo, tampoco la UE, fuimos nosotros. Piensa en ello”.

Unai Aranzadi. Diario de Noticias

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